Sanz, en cambio, encandiló a los miles de personas que asistieron entusiasmados al derroche de sonido y fuerza que llenó la noche floridana al borde de la bahía de Vizcaya.
Cuanta Juan José Fernández en El País que, entre improvisado y premeditado, sucedió a mitad del concierto, cuando Sanz cantaba La Habana, la canción con nombre y letra significativas en la que opinó ya en 2003 sobre la situación cubana:
"Espera sólo un poco más, quiero explicarle a los míos por qué La Habana es la
ciudad donde los sueños aprenden a nadar....es como hablarle a la pared (dame,
dame libertad) los muros piden a gritos y dicen que a La Habana no se va a
echarle canas al aire, maldito, maldito sea este mundo, me quiero llevar a mi
negra...".
Entonces, una muchacha se acercó al escenario y le dio una bandera venezolana. El cantante se colocó la enseña en el cuello, casi como una capa y casi la ondeó.
Al final de la canción se dirigió hacía atrás, recogió una camiseta negra y la mostró al público. En letras blancas se leía: "Chavez sucks (Chávez apesta)".
Si las alusiones a Cuba arrancaron aplausos atronadores, con este epílogo arreciaron. Se unieron todos.
(recomendación del limón: adelantar hasta el 1:45)
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